miércoles, 8 de abril de 2009

Manifiesto de las Siete Artes (1914) de Ricciotto Canudo

1. EL CINE ES UN ARTE

El nombre de Ricciotto Canudo ha pasado a Ia historia de Ia cultura como el del primer critico cinematogr4fico y autor del primer texto teórico importante.
Canudo nació en Bari (Italia) en 1879, emigró a París en 1902, frecuentó ambientes intelectuales, se conectó con artistas de diversas tendencias y se sintió influido en particular por las obras y las teorías de Wagner, de Marinetti, de D’Annunzio. Su interés por el recién nacido arte del cine le llevó a escribir en 1911 el Manifiesto de las Siete Artes, texto que se publicó inicialmente en enero de 1914. El manifiesto fue después recogido en un volumen al cuidado de Fernand Divoire, L’Usine aux images (Office Central d’Édition, Ginebra; Étienne Chiron, Paris, 1927), que agrupa diversos artículos escritos por Canudo entre 1907 y 1923, año en que falleció en Paris.
A Canudo se debe el difundido término “Séptimo Arte”, como corolario de un postulado suyo, porque creyó ver en el cine un epicentro y una posible culminación de pintura, arquitectura, escultura, poesía, danza y música. También se le deben otros escritos en los que propone o intuye el concepto de “fotogenia”, el porvenir del cine hablado y del cine en color, la enseñanza del cine. Fundó el primer cine-club conocido (el Club des Amis du Septième Art)y las revistas Montjoie y La Gazette des Sept Arts.


I

La Teoría de las Siete Artes ha ganado rápidamente terreno, extendiéndose por todo el mundo. Ha aportado una clarificación a Ia total confusión de géneros e ideas, como una fuente de nuevo reencontrada. No voy a hacer alarde de dicho descubrimiento, porque toda teoría implica el descubrimiento de un principio fundamental. Me limito a comprobar su difusión; de Ia misma forma que, al enunciarla, hacía constar su necesidad.
Si bien los muchos y nefastos tenderos del cine han creído poderse apropiar del término “Séptimo Arte” que da prestigio a su industria y a su comercio, no han aceptado, empero, Ia responsabilidad impuesta por Ia palabra “arte”. Su industria sigue siendo Ia misma, más o menos bien organizada desde el punto de vista técnico; su comercio se mantiene floreciente o en decadencia, según los altibajos de Ia emotividad universal. Su “arte”, salvo algún raro ejemplo en el que el cineasta es capaz de exigir e imponer su propia voluntad, sigue siendo prácticamente el mismo que inspiraba a Xavier de Montépin.
Pero este arte de síntesis total que es el Cine, este prodigioso recién nacido de la Máquina y del Sentimiento, está empezando a dejar de balbucear para entrar en Ia infancia. Y muy pronto llegará la adolescencia a despertar su intelecto y a multiplicar sus manifestaciones; nosotros le pediremos que acelere el desarrollo, que adelante el advenimiento de su juventud. Necesitamos a/ Cine para crear el arte total a! que, desde siempre, han tendido todas las artes.


II

Y aquí va a ser necesario explicar una vez más, rápidamente, aquella teoría ya conocida en los círculos más iniciados como Ia “Teoría de las Siete Artes”. La fuente que hemos encontrado nos Ia revela en toda su claridad. Descubrimos que, en realidad, dos de estas artes surgieron originariamente del cerebro humano para permitirle fijar todo lo efímero de Ia vida, en Iucha contra Ia muerte de las apariencias y de las formas, enriqueciendo a las generaciones con la experiencia estética. Se trataba, en los albores de Ia humanidad, de algo que completase Ia vida, elevándola por encima de las realidades fugaces, afirmando Ia eternidad de las cosas ante las que los hombres experimentaban una emoción. Así se crearon los primeros focos de emoción, capaces de irradiar sobre todas las generaciones lo que un filósofo italiano llama “el olvido estético”, es decir, el goce de una vida superior a Ia vida, de una personalidad múltiple que cada uno puede crearse aI margen y por encima de Ia propia.
En mi Psychologie musicale des civilisation ya señalé que Ia Arquitectura y Ia Música habían expresado inmediatamente esta necesidad ineluctable del hombre primitivo, que intentaba “retener” para sí mismo todas las fuerzas plásticas y rítmicas de su existencia sentimental. Al construir Ia primera cabaña, al bailar Ia primera danza con el mero acompañamiento de la voz como pauta para mover los pies sobre el suelo, ya había descubierto la Arquitectura y Ia Música. Más tarde embelleció a
Ia primera con Ia representación de los seres y de las cosas cuyo recuerdo deseaba perpetuar, mientras añadía a Ia danza Ia expresión articulada de sus movimientos: Ia palabra. De esta forma había inventado Ia Escultura, Ia Pintura y Ia Poesía; había concretado su sueño de inmortalidad en el espacio y en el tiempo. A partir de aquel momento el Angulo estético había aparecido ante su espíritu.


III

Querría señalar ya ahora que si bien Ia Arquitectura, surgida de Ia necesidad material de protegerse, se afirmó netamente individualizada frente a sus complementarias, Ia Escultura y Ia Pintura, Ia Música, en cambio, ha seguido a través de los siglos un proceso completamente inverso. Surgida de una necesidad enteramente espiritual de elevación y de superior olvido, Ia Música es realmente Ia intuición y Ia organización de los ritmos que rigen toda la naturaleza. Pero primero se manifestó en sus complementarias, Ia Danza y La Poesía, hasta llegar miles de años después a Ia liberación individual, a la Música sin danza y sin canto, a Ia Sinfonía. Como entidad determinante de toda la coreografía del Iirismo, existía ya antes de convertirse en lo que nosotros llamamos Música pura, precediendo a Ia Danza y a la Poesía.
Así como las formas en el Espacio son fundamentalmente Arquitectura, los ritmos en el Tiempo, ¿no son sobre todo Música?
Finalmente el “circulo en movimiento” de la estética se cierra hoy triunfalmente en esta fusión total de las artes que se llama “Cinematógrafo”. Si tomamos a Ia elipsis como imagen perfecta de la vida, o sea, del movimiento -—del movimiento de nuestra esfera achatada por los polos—, y Ia proyectamos sobre el plano horizontal del papel, el arte, todo el arte, aparece claramente ante nosotros.
Centenares de siglos humanos han proyectado, sobre esta elipsis en movimiento su mayor aspiración común, mantenida siempre por encima del tumulto de los siglos y de las alteraciones del ánimo individual. Todos los hombres, bajo cualquier clima histórico, geográfico, étnico o ético, han hallado el placer más profundo, que consiste simplemente en el más profundo “olvido de sí mismos”, dejándose envolver por las tenaces espirales del olvido estético. Este sublime olvido es reconocible en el gesto del pastor, blanco, negro o amarillo, que esculpe una rama de árbol en Ia desolación de su soledad. Pero, a lo largo de todos estos siglos hasta el nuestro, entre todos los pueblos de Ia tierra, las dos Artes y sus cuatro complementarias, han seguido siendo siempre las mismas. Lo que contingentes internacionales de pedantes han creído poder llamar “la evolución de las artes” no es más que logomaquia.
Nuestra época es incomparable desde el punto de vista de la fuerza interior y exterior, de Ia nueva creación de un mundo interior y exterior, del descubrimiento de energías hasta ahora insospechadas: interiores y exteriores, físicas y religiosas.
Nuestro tiempo ha sintetizado en un impulso divino las múltiples experiencias del hombre. Y hemos sacado todas las conclusiones de la vida práctica y de Ia vida sentimental. Hemos casado a Ia Ciencia con el Arte, quiero decir, los descubrimientos y las incógnitas de Ia Ciencia con el ideal del Arte, aplicando Ia primera al último para captar y fijar los ritmos de Ia luz. Es el Cine.
El Séptimo Arte concilia de esta forma a todos los demás. Cuadros en movimiento. Arte Plástica que se desarrolla según las leyes del Arte Rítmica.
Ese es su lugar en el prodigioso éxtasis que la conciencia de Ia propia perpetuidad regala a! hombre moderno. Las formas y los ritmos, Io que conocemos como Ia vida, nacen de las vueltas de manivela de un aparato de proyección.
Nos ha tocado vivir las primeras horas de Ia nueva Danza de las Musas en torno a la nueva juventud de Apolo. La ronda de las luces y de los sonidos en torno a una incomparable hoguera: nuestro nuevo espíritu moderno.

Autor: Ricciotto Canudo

Intolerancia (1916) de David Wark Griffith










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